Hace algunos años por casualidad o casi trágicamente -pudiéramos decir- llegó a nuestras manos una hermosa antología de la excelsa obra del poeta merideño Ernesto Jerez Valero y, digo trágicamente porque este libro fue parte de lo que quedó tirado en el piso, luego de un horrible accidente automovilístico, donde falleciera su propietaria, una joven abogada (esposa de un pariente), el abogado Ricardo Hernández, quien conocedor de nuestra afición nos cedió amablemente dicho ejemplar.
Este libro que fue impreso en el Departamento de Publicaciones del Ministerio de Educación, para ese entonces bajo la conducción del maestro Efraín Subero (Caracas 1971), y el cual estuvo al cuidado de Gilberto Álvarez y Eduardo Arroyo, recoge los ocho títulos más resaltantes de la obra jerez valeriana; Una noche en la tierra (1950), Grito Incontenible (1954), La soledad del hombre (1956), Los trigales difuntos (1960), Del diario de un parameño (1964), Esto dijo el caminante (1954), Quiso Dios que así fuera (1962) y Del Génesis (1962).
Dicha obra, abre sus páginas con un meticuloso ensayo en tres tiempos, donde el poeta José Ramón Medina, hace un balance pormenorizado del trabajo creativo del autor, partiendo desde su vida errante e ideario y del tiempo y las circunstancias en las que le toca vivir, resaltando detalladamente las oscuras resonancias que comienzan a tener eco, como exaltación terrena en su primer libro Una Noche en la Tierra, donde éste se confiesa como “el gran solitario que mira los luceros”.
Y, Jerez Valero metido en el ámbito telúrico, pero mostrándose en franca rebeldía, dice que va “…contando los pasos al revés de la tierra”, lo cual según Medina: “No es la huida del vencido, sino una especie de velada al suceso intemporal o la disposición del que se atreve a luchar en cualquier terreno, para no quemarse en el fuego de su propio pecho.
“El sol cae a pedazos sobre las aguas trémulas/. Sus rayos en el fondo sumergense encendidos/ y afluyen en la espuma que corre fugitiva/. Desde ese tono contemplativo de sus versos, aparecen de cuando en cuando en cuando, intensos relámpagos que nos muestran la calidez y el fragor del combate en defesa de sus credos y de las cosas que ama, donde se elevan como estandartes los colores de su tierra, es decir, la patria y sus valores y, además todo aquello que bulle y se mueve en sus instintos.
Ernesto Jerez Valero, como poeta y portavoz de profundos sueños libertarios, anda, recorre caminos y se pierde a veces, en las distancias de sus propias sonoridades, pero su corazón permanece ahí y siempre está allí en el inconsolable frio y la soledad de sus paramos, porque él se cobija con la frescura de Las Piedras “Un río que corre lento entre peñascos altos/ pero que precipita sus aguas hacia adentro/ para lamer las rocas y sumergirse a ratos/. Continuará
(*) Poeta. Escritor. Maestro Honorario del Centro Nacional de Historia y UNEARTE, Venezuela. Miembro de Número la Academia de Historia Ramón Nonato Pérez, Trinidad Casanare Colombia y Miembro Correspondiente de la Academia de Historia Antonio Nariño, Bogotá Colombia. Cronista de Boconoíto.